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“Únanse al baile de los que sobran…” suena en un balcón la banda improvisada de 9 jóvenes en pleno centro de Santiago. Cantan la emblemática música ochentera de Los Prisioneros, mientras abajo miles de manifestantes espontáneamente se unen, en dolor y en esperanza, como si algo de repente los hubiese hermanado, algo que sobrepasa sus creencias, sus miedos, su desconcierto: sus vidas individuales se trasformaron de repente, como las de millones de chilenos, en algo más que algo propio.