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Hoy un Chile atónito empieza a levantarse tras unos días en los que se ha hecho visible lo que para muchas personas era invisible. Es inevitable y más que necesario intentar entender qué nos ha llevado a esto y, sobre todo, qué podemos hacer para encauzar este conflicto hacia un sociedad igualitaria y empática.

De nuevo las y los estudiantes más jóvenes fueron los primeros que pudieron y supieron manifestar su descontento. De forma pacífica, pero con mucha determinación. Como ya lo han hecho más de una vez, consiguiendo cambios históricos que ayudaron a construir un país más solidario. Hoy nos preguntamos qué pasó en tan corto espacio de tiempo para que tan solo en unas horas Santiago se transformara en una ciudad en caos.

Sabemos que las protestas son dinámicas, los protagonistas cambian, y se van generando nuevos contextos y relaciones entre las personas y los grupos enfrentados. Las formas de expresión mutan, y lo que era inaceptable, pasa un momento después a ser una estrategia legítima y necesaria, validada por quienes protestan. Así, la desobediencia civil y la evasión se fueron convirtiendo en barricadas, agresividad, rabia y furia. Es extremadamente fácil hacer juicios de valor y tachar de vandalismo las acciones violentas. Si nos quedamos anclados en estos juicios morales (que además en muchas ocasiones surgen desde posiciones privilegiadas), habremos fracasado. ¿Qué lleva a un ciudadano a descargar tanto odio contra los demás, contra lo que es de todos y todas? Si queremos avanzar, debemos comprender.

Para que la ciudadanía se manifieste es necesario que se perciba la situación como inmerecida, injusta para los que experimentan la desigualdad; pero también debe percibirse que el desbalance de poder es inestable en el tiempo, es decir, las calles se toman cuando se cree que el problema tiene solución, y que no va a durar para siempre. Además, no podemos obviar otro factor determinante, la creencia de que la protesta será eficaz, será útil para conseguir un propósito, sea cual sea éste. Ahí surgen las marchas, los paros, y otras estrategias para alzar la voz y confiar en el cambio social. Cuando las personas creen que pueden hacer algo que tendrá un impacto. Por eso los y las ciudadanas votan, por eso expresan su malestar a través de estrategias que están dentro de la legalidad, que son aceptadas en nuestra sociedad, que no alteran el orden público. La violencia y la radicalización afloran precisamente, cuando las personas sienten que estos caminos más tradicionales para hacerse oír simplemente han dejado de funcionar, que no son útiles. Cuando se cree que expresarse, respetando las normas, no es eficaz para conseguir algún objetivo. Que no se conseguirá el cambio esperado. En este contexto, surge la desesperanza y la sensación de que ya no hay nada que perder. Para algunas personas, la situación es ya tan negativa y desalentadora, que nada de lo que se haga va a poder empeorarla, porque ya no puede ser peor. Entonces, cualquier acto, por radical y violento que sea, se convierte en una opción viable. Porque las personas que llevan a cabo estas acciones extremas probablemente sienten que las acciones pacíficas no son útiles, y que ya no tienen nada que perder.

A lo largo de la historia podemos encontrar ejemplos en que los grupos más desaventajados han legitimado y aceptado su situación desigual, en un intento por justificar y tratar de darle sentido a la asimetría de recursos y de oportunidades. Es más tranquilizador culpabilizarse y asumir, que vivir en la incertidumbre de no entender el porqué de las cosas. Sin embargo, ya no hay cabida para esta justificación y normalización del desequilibrio social.
Este modelo de sociedad con esta marcada asimetría es insostenible por más tiempo. Los que menos tienen, ya no se conforman. Despertaron e hicieron despertar repentinamente a la clase política, a la sociedad civil, y a aquellas personas que tienen innumerables privilegios que parecen ser invisibles para ellas mismas. Sin duda, responder con violencia, genera aún más violencia. Y otras respuestas más profundas se hacen necesarias.

Es tiempo de comprensión, empatía, humildad, reflexión. Las autoridades políticas tienen lógicamente un rol determinante, pero la sociedad no solo se construye de arriba hacia abajo. La sociedad somos todos y todas. Ante un descontento social tan mayúsculo, ante una desigualdad tan desorbitante, en tantas y tantas dimensiones, cada ciudadano y ciudadana debe posicionarse. Sabemos que la solidaridad con otras personas es un factor importante que podría mover a los grupos sociales con más privilegios a empatizar con otros estratos sociales. Quizás ése es el camino, promover una empatía y solidaridad honestas y reflexivas entre los que gozan de más oportunidades; que lleve a visibilizar los privilegios que tienen y que han recibido de forma injusta, porque la meritocracia se queda muy corta para explicar un acceso a recursos tan desigual.

La igualdad pasa por renunciar a privilegios. Por ayudar a otros, pero desde una dimensión horizontal, rehuyendo una relación asistencialista y paternalista, que no lleve más que a mantener la jerarquía social actual. Nadie pudo predecir esta explosión, lo que muestra que hemos normalizado e invisibilizado la desigualdad que vivimos, y es momento de transparentarla de una vez por todas.

En momentos como éste, en el que el miedo y la desconfianza nos invaden, es en cierta forma esperanzador ver cómo ciertos elementos aparecen como símbolos en todas las partes del conflicto. La bandera del país está constantemente presente. Las autoridades políticas hablan con ella a sus espaldas, los que protestan las llevan en sus manos, y también ondea en los cacerolazos de los sectores más acomodados. Será que todavía hay algo en común, que podemos utilizar para construir una sociedad igualitaria y justa, en la que todas las personas perciban que sí hay mucho que perder.

Gloria Jiménez Moya y Jorge Manzi, académicos Escuela de Psicología UC

Fuente: www.latercera.com

DECLARACIÓN ACADÉMICOS ESCUELA DE PSICOLOGÍA UC


Como académicas y académicos de la Escuela de Psicología UC, frente a los hechos que enfrentamos como sociedad, con profundo dolor y con un renovado sentimiento de responsabilidad, queremos manifestar lo siguiente:

Chile está enfrentando una encrucijada inédita, pues debemos hacernos cargo de la profunda molestia que se ha acumulado en nuestra sociedad, como consecuencia de las desigualdades, injusticias y abusos que han caracterizado nuestra vida social. No es posible proyectarse positivamente hacia el futuro sin abordar las raíces de este malestar ciudadano. Somos conscientes que la tarea que tenemos por delante requiere la participación activa de múltiples voces y actores, para poder concordar los caminos que nos permitan construir un Chile más equitativo e inclusivo.

Como profesionales de la psicología nos preocupa, de manera especial, el impacto individual y social que generan las inequidades crónicas. Ello se expresa en estrés, ansiedad, depresión y otros problemas de salud mental, que la psicología enfrenta cotidianamente.

Nuestra disciplina nos enseña que las soluciones efectivas a problemas de inequidad e injusticia, requieren de empatía, especialmente desde quienes hemos gozado de privilegios. Sabemos además que los conflictos no se solucionan sin una disposición amplia y honesta al diálogo, para explorar y concordar soluciones realmente constructivas. Como profesionales y académicos/as de la psicología sentimos que es más urgente que nunca participar constructivamente de este debate y de las tareas urgentes que nos demanda este desafío.

Asimismo, queremos manifestar nuestro profundo rechazo a la violencia en todas sus formas, perpetradas por agentes del Estado o por civiles, sin importar sus motivaciones. Hacemos un llamado para que tanto autoridades como miembros de la comunidad promuevan la paz y el diálogo.

Finalmente queremos enfatizar nuestra convicción y disposición para aportar desde nuestra disciplina, con los conocimientos y herramientas que cultivamos, a la construcción de espacios de diálogo, y sobre todo, para colaborar en el abordaje de los problemas sociales severos que han llevado a la ciudadanía a estallar en movilizaciones masivas.


(A continuación, quienes suscriben esta esta declaración en orden alfabético)

Santiago, 23 de Octubre de 2019

Nerea Aldunate
Carolina Alonso
Catalina Álvarez
Catherine Andreu
Marcela Aracena
Carolina Araya
Claudia Araya
Félix Bacigalupo
María Cecilia Barros
Alex Behn
Christian Berger
Lilian Canales
Joaquín Carrasco
Héctor Carvacho
Cristóbal Carvajal
Claudia Cerfogli
Carlos Cornejo
Marcela Cornejo
Cristián Cortés
Juan Eduardo Cortés
Diego Cosmelli
Marianne Cottin
Juan Cristóbal Cox
Patricio Cumsille
Marianne Daher
Pablo Escobar
Paula Errázuriz
Chamarrita Farkas
Candice Fischer
Jorge Flores
Regina Funk
Ana María Gallardo
Gonzalo Gallardo
Paris Gamonal
Lidia Gómez
Roberto González
Valeska Grau
Nora Gray
Carmen Gloria Greve
Iván Grudechut
Andrés Haye
María de los Ángeles Herane
Gloria Jiménez
Marianne Krause
Edmundo Kronmuller
María Rosa Lissi
Paula Luengo
Juan Francisco Luna
Jorge Manzi
María Loreto Martínez
Sebastián Medeiros
Antonio Mladinic
Agustín Molina
Verónica Monreal
Irma Morales
Marigen Narea
Marcia Olhaberry
Carmen Olivari
Polín Olguín
Marcela Peña
David Preiss
Rodrigo Quiroz
Mahaira Reinel
Daniela Reinhardt
Alejandro Reinoso
Paula Repetto
Pamela Reyes
Andrea Rihm
Eugenio Rodríguez
Ricardo Rosas
Javiera Rosell
María Pía Santelices
Judith Scharager
Christian Sebastián
Dariela Sharim
Caroline Sinclair
Ana María Solis
Francisco Somarriva
Katherine Strasser
María Paz Tagle
Jenny Thiemer
David Torres
Sergio Valenzuela
Evelyn Vera
Álvaro Vergés