Con una mesa redonda que buscó destacar los diversos aportes desarrollados por nuestra Facultad, además de los desafíos que debe enfrentar en contexto de pandemia, se desarrolló la inauguración virtual del año académico 2021. Actividad en que la decana Mariane Krause quiso agradecer el trabajo colaborativo y el espíritu de comunidad en medio de la crisis socio-sanitaria que aún nos pone a prueba. Palabras a las que se sumó el Rector Ignacio Sánchez, quien junto con reconocer el compromiso y permanente aporte de nuestra Facultad en este tiempo, hizo un llamado a seguir trabajando como “prioridad número uno” el cuidado de la salud mental.
Pese a la esperanza de que este 2021 fuera diferente, el Covid-19 nuevamente obligó a la inauguración de un año académico en medio del confinamiento. Un nuevo reto para una comunidad que hasta ahora ha sabido sortear con éxito las complejidades planteadas por la pandemia. Así lo reconoció la decana de la Facultad de Ciencias Sociales UC, Mariane Krause, quien en la ceremonia virtual que contó con la presencia del rector Ignacio Sánchez, quiso iniciar este nuevo período destacando los logros alcanzados, pese a las adversidades.
“Nuestra Facultad inicia este año con cifras auspiciosas en muchos de sus ámbitos”, dijo la psicóloga y académica de nuestra Escuela. Pese a la baja generalizada de matrículas en el sistema universitario, los 402 estudiantes que ingresaron a las distintas carreras de pregrado de la Facultad lo hicieron con puntajes de excelencia. Una buena noticia que se sumó a que un tercio de estos nuevos estudiantes son primera generación en la educación superior y a que nuevamente hubo ingreso de alumnos y alumnas a través de la vía de admisión intercultural. “Lo que nos da alguna esperanza en relación a la movilidad social del país y, sin duda, agrega diversidad a nuestro estudiantado”.
La baja de estudiantes que hubo en los programas de magíster el 2020 se revirtió este 2021, matriculándose un total de 116 estudiantes. Cifra positiva que también se vio en los doctorados, donde el ingreso se mantuvo estable, pese a la crisis. Asimismo, en Educación Continua, los 50 diplomados programados aumentaron su nivel de matrícula en comparación al período anterior, y ya se ha comenzado a trabajar en el fortalecimiento del área con la recién creada Coordinación de Educación Continua de Facultad.
La investigación fue otro de los ejes donde la Facultad siguió consolidando el trabajo que la ha llevado a desarrollar, en los últimos cinco años, alrededor de 200 proyectos. Iniciativas que van desde investigaciones aplicadas, que buscan responder a necesidades específicas de agencias del Estado u otras instituciones, hasta proyectos netamente académicos de creación de conocimiento avanzado.
“Valoro especialmente el esfuerzo de cada miembro de nuestra comunidad… estudiantes, equipos docentes, funcionarios, porque hacen posibles estos logros”, dijo la decana, quien destacó el espíritu de comunidad que ha permitido enfrentar los desafíos impuestos por la pandemia. “A todos se nos han diluido un poco, o bastante, los límites de nuestras tareas profesionales y estudiantiles, con las labores del hogar, el cuidado de los niños/as, y muchas veces de adultos mayores. Una vez más la pantalla es nuestra ventana al mundo, que nos conecta, pero que a la vez nos priva de tantos detalles que -en presencialidad- nos permitirían expresarnos más fácilmente y comprender a quien tenemos al frente. El espíritu de comunidad de nuestra Universidad, que es parte de la ‘esencia UC’, se ve desafiado en estos momentos y debemos prestarle una especial atención”, afirmó.
Es que el contexto actual nos ha puesto a prueba, amenazando la salud mental de todas y todos. Por ello es que en su discurso, el rector Ignacio Sánchez puso especial énfasis en que este tema es “prioridad número uno” para la UC. Lo que significa que no solo se está trabajando en términos de entregar herramientas y ayuda a la sociedad, también en iniciativas que vayan en beneficio y cuidado de nuestra comunidad.
“Múltiples encuestas muestran cómo ha habido un deterioro significativo, no solo en Chile, sino que a nivel mundial, en lo que respecta a la salud mental. Y esas cifras también encuentran resonancia al interior de nuestra institución, con nuestros estudiantes, nuestros profesionales, nuestros administrativos, y nuestro cuerpo docente. Por eso, también estamos trabajando para tener una respuesta como Universidad en temas de cuidado de la salud mental de nuestra comunidad (…) Una iniciativa que tiene que estar muy en línea con el programa nacional SaludableMente, en el cual académicas de la Escuela de Psicología han participado activamente. Un programa que incluso se podría replicar en otras instituciones de educación superior (…) Voy a poner todo el apoyo y toda la energía para que este programa se implemente de la mejor forma, escuchando a todos los expertos y expertas, para beneficio y cuidado de nuestra comunidad”, dijo la máxima autoridad de la UC.
Diagnóstico común
La inauguración virtual del año académico 2021 también contó con la Mesa Redonda “Desafíos y oportunidades en contexto de pandemia: aportes desde las Ciencias Sociales”. Iniciativa que fue moderada por el profesor de Psicología UC, Alex Behn, que permitió que académicos y académicas de nuestra Facultad reflexionaran respecto al complejo escenario que vivimos como sociedad.
Un espacio que comenzó con la intervención de la profesora del Instituto de Sociología, Soledad Herrera, con “Experiencia de la pandemia Covid-19 entre las personas mayores chilenas: seguimiento de una cohorte nacional”. Investigación que surgió a partir de la Encuesta Nacional de Calidad de Vida en la Vejez, desarrollada junto la Caja de Los Andes. Gracias a un fondo de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID), se realizó un seguimiento telefónico a una sub muestra de 720 personas, pertenecientes a distintos lugares del país, de la encuesta antes mencionada.
Si bien aún se trata de resultados preliminares, en su presentación la académica dio cuenta de que existe una disminución respecto a la calidad de vida en las personas entrevistadas. Un índice que había tenido una sostenida tendencia al alza en la Encuesta Nacional desde el año 2007 al 2016, bajando solo el 2019 después del estallido social. “Por un lado, el confinamiento implica un gran estrés y preocupación para las personas mayores, disminuyendo su nivel de satisfacción vital, aumentando los niveles de ansiedad, los síntomas depresivos y otros problemas de salud, como son los de memoria y gastrointestinales”, afirmó.
Sin embargo, pese a lo anterior, las personas mayores habrían incrementado los recursos específicos que les permiten enfrentar estas situaciones estresantes. “Mayor resiliencia, mayor uso de los smartphone, mayor conectividad social, además de cambios en las configuraciones residenciales, que han permitido aumentar la co-residencia intergeneracional. Todos recursos que les están ayudando a las personas mayores a enfrentar la pandemia”, dijo la profesora. En ese sentido, y a diferencia de lo que se cree en nuestro país, en el contexto internacional han sido los jóvenes quienes se han visto más afectados por la pandemia. No las personas mayores. “Y eso viene a desmitificar un poco todo lo que transmiten los medios de comunicación. A mí me gustaría terminar esta presentación relevando que las personas mayores sí tienen recursos para enfrentar estas situaciones y sobrellevarlas. Han tenido toda una experiencia a lo largo de su vida y tienen recursos a los que pueden recurrir en estos períodos estresantes”, finalizó.
Por su parte Helene Risor, otra de las investigadoras que formó parte de la mesa redonda, habló sobre “La vida socioeconómica de las familias vulnerables durante el Covid-19: una mirada intergeneracional”. Investigación que forma parte de un estudio global comparativo para estudiar las consecuencias económicas y sociales de las políticas de contención de la pandemia, sobre todo en contextos marcados por un alto grado de desigualdad social y económica.
De acuerdo a la académica de la Escuela de Antropología, el trabajo realizado durante cuatro meses, a través de un cuestionario en profundidad, con llamadas telefónicas bimensuales, a familias pertenecientes a la Región Metropolitana, la Araucanía y Antofagasta, muestra que la crisis del Covid 19 figura muy marcadamente como una crisis dentro de otra crisis. En este análisis preliminar, la académica, afirmó que no sería correcto conceptualizar este hecho como un quiebre en la vida de las personas, sino que como una crisis que tiene una cronicidad.
En estas familias, el Covid 19 se entrelaza con enfermedades y heridas abiertas, no solo en un sentido figurado, también en lo concreto. Heridas crónicas de diabetes, artrosis, cáncer no tratados, y un sinfín de enfermedades con tratamientos que son derivados a listas de esperas que, en el contexto actual, se prolongan aún más. “No estalla sobre una normalidad cómoda. Para estas familias la pandemia se inserta en una realidad marcada por la violencia estructural, donde la desigualdad, la precariedad, e inclusive la muerte prematura, se han normalizado como mala suerte o como la consecuencia de una conducta individual irresponsable”. Es por ello que, de acuerdo a la académica, el estudio de hogares vulnerables o en contexto de vulnerabilidad, es también el estudio de cómo el Estado es vivido y experimentado desde los márgenes.
“Nuestro estudio indica que la crisis de Covid 19, por lo menos durante la primera ola del 2020, período en el que fueron realizadas las entrevistas, agudizó las precariedades económicas y relaciones intergeneracionales tensas. Es notorio como la pandemia figura como un elemento más en una vida marcada por la incertidumbre. Esto nos obliga a preguntarnos desde cuál perspectiva la pandemia aparece realmente como un elemento indiscreto, catastrófico, que realmente altera la realidad (…) Con esto no estoy tratando de minimizar los efectos en familias vulnerables, donde sin duda el impacto ha sido grave. Sin embargo, a la vez tenemos que tener en mente que en contextos vulnerables, este macro-evento catastrófico se desagrega en múltiples eventos de la vida cotidiana. Cuasi eventos de precariedad que tienen una similitud con tantos otros cuasi eventos de desempleo, de enfermedades, y de imposibilidades que, durante mucho tiempo, han sido normalizados e invisibilizados en Chile”. La investigadora cerró diciendo que aún está por verse si esta crisis, que se enmarca dentro de otra crisis (la del estallido social), facilitará un lenguaje y políticas de reconocimiento a estos múltiples cuasi eventos que caracterizan la vida en contextos vulnerables.
Una compleja realidad que también fue abordada por la Escuela de Trabajo Social a través de “Recolectando”. Proyecto que se forjó como respuesta a la situación de pandemia y cómo afecta en particular a las personas enfermas y sus familias. La imposibilidad de contacto físico, el aislamiento, y por supuesto el miedo al efecto más radical de la enfermedad, que es la muerte, torna urgente la atención de las necesidades psicosociales. Todo esto en el marco de un sistema hospitalario que se encuentra colapsado.
El proyecto, encargado por la Unidad de Subvenciones de la Presidencia, buscó hacerse cargo de estos estresores, de una manera rápida y asequible. De acuerdo a la profesora de la Escuela de Trabajo Social, Carolina Muñoz, el proyecto contó con dos focos: la gestión del proyecto y la atención social clínica. Y, para desarrollar este trabajo en 21 hospitales de la Región Metropolitana, se debieron hacer grandes esfuerzos. “Es necesario plantear que ningún proyecto de esta envergadura puede realizarse sin la posibilidad de reclutar a las personas necesarias para su ejecución, además de contar con la capacidad de gestionarlas. Nosotros tuvimos que contratar a 73 trabajadores y trabajadoras sociales en el curso de dos semanas. Eso implica el tener un saber asociado a la administración de personas y a la gestión de recursos. Cualquier modelo que quiera replicarse en esta lógica, debe de contar con estos saberes”, afirmó la profesora.
Crear canales de comunicación centrados en el paciente, que permitan rebajar el estrés, es algo fundamental. “No es fácil, en la situación crítica en la que se encuentran los hospitales, y con los protocolos sanitarios que hay que respetar, apoyar y entregar información oportuna y confiable. Y es un tema que debe trabajarse muy de la mano con cada hospital, porque cada territorio tiene sus particularidades”. En ese sentido, la investigadora señaló que la estrategia de los cuidados paliativos fue un recurso muy útil. “A esto se suma el habilitar a los profesionales para enfrentar el estrés que ellos mismos viven. Generar grupos de apoyo entre las familias, y reconocer el sufrimiento emocional, social y espiritual. Enfoque que requiere de una capacitación de los equipos técnicos”.
En esta pandemia, sin duda, uno de los retos más grandes ha sido el generar vinculación afectiva con tecnologías que muchas veces pueden parecer frías, como es el uso de video llamadas. Algo que obliga a buscar estrategias que permitan romper esas barreras. A esto se suman otros desafíos, como es la realización de funerales en condiciones precarias. Contexto en el que es fundamental el desarrollar algunas acciones simbólicas para la despedida. “Creencias ritos y religión es un tema de capacitación que debe incorporarse en programas de este tipo. Debemos proveer apoyo emocional y señalar servicios que permitan acompañar el duelo y ayuden a las familias a procesar un momento tan duro”.
La profesora también explicó que el proyecto contempló el uso de un dispositivo de apoyo permanente a los trabajadores sociales participantes, con el fin de acompañarlos y capacitarlos. “La idea era apoyar la estabilidad emocional de los trabajadores, haciendo supervisiones semanales y realizando intervenciones para que pudieran hacer acompañamiento. Como trabajadores sociales se vieron afectados, no solo por su labor, también porque esta pandemia ha tocado a sus familias. Entonces hay una serie de dispositivos de apoyo que un programa de este tipo debe tener en mente antes de aplicarse”.
¿Qué lecciones deja el programa? Lo primero es que si el foco es la comunicación de información médica sensible, es fundamental contar con un acuerdo y ciertos protocolos de cómo y quién transmitirá la información. “Porque hay ciertas limitantes institucionales para hacer esto de manera pertinente y oportuna”, dijo la investigadora, planteando la necesidad de establecer un canal interno de acceso a la información.
Otro punto a considerar son las herramientas para la comunicación digital. Esto es algo que actualmente no está provisto en los hospitales en lo material, ni en lo que tiene relación a las técnicas de intervención socioemocional de tipo digital. “Aquí se abre un campo importante, no solo para los y las trabajadoras sociales, también para todas las profesiones que hacen intervenciones de este tipo. Hay que aprender cuáles son las potencialidades, limitaciones y riesgos que implica una comunicación de este tipo. No contamos actualmente con los instrumentos precisos para hacer un análisis de riesgo de cada una de las atenciones realizadas, por lo tanto, eso también queda como un desafío a futuro”, señaló.
Cuidar a los que cuidan
“No tengo miedo de caer enfermo, ¿Y de qué tengo miedo? de todo lo que el contagio puede cambiar. De descubrir que el andamiaje de la civilización que conozco es un castillo de naipes. De que todo se derrumbe, pero también de lo contrario. De que el miedo pase en vano sin dejar ningún cambio tras de sí”. Cita del físico italiano Paolo Giordano con la cual el profesor Germán Morales dio el puntapié inicial a una profunda reflexión sobre el cansancio y agotamiento al que ha estado sometido la población.
El académico, que dedicó su ponencia a la memoria de Teresa Llanos, “ex profesora de la Facultad, y una psicoterapeuta sensible y acogedora que murió durante este tiempo”, señaló que hoy estamos invadidos de una sensación de agobio, en medio de una pandemia que ha intensificado todas las crisis, entre las que se encuentra la de la salud mental. Un impacto que se observa, por ejemplo, en un aumento considerable de licencias médicas, o en la negativa autopercepción de la población respecto a su estado anímico.
“Un reciente estudio de la Asociación Chilena de Seguridad, junto al Centro de Estudios Longitudinales de nuestra Universidad, muestra que el 73% de la población encuestada señala que su vida era diferente antes de la pandemia. Y un 49,5% percibe que su ánimo es peor o mucho peor”. Y si bien no se puede concluir taxativamente que la percepción de estos síntomas necesariamente es homologable a un trastorno, ya que es necesario ponderar indicadores cuantitativos y cualitativos, resulta evidente que la pandemia se ha constituido en un estresor que deviene en crónico.
¿Pero qué pasa con quiénes contienen y apoyan a la población? Ésa fue la pregunta y el desafío que el profesor planteó de cara a la crisis. Dando cuenta del agobio y la angustia de las personas que desarrollan labores de atención (en salud, en educación, o en el cuidado de personas mayores) y del cual es necesario que la sociedad se haga cargo. “Si bien no contamos con datos empíricos recientes, nuestra experiencia de campo da cuenta de un desgaste profesional recurrente expresado en el cansancio, sensación de agobio, ansiedad, y a veces irritabilidad, de los profesionales y técnicos que contienen y apoyan a la población. En especial en los sectores más vulnerables. Si pensamos en una lógica grupal, podemos hablar del desgaste emocional grupal, entendido como riesgos de equipos, podemos definir dinámicas disfuncionales que ponen en riesgo el desarrollo de la tarea constituyente. Además de observar polaridades emocionales que, como una suerte de péndulo, van desde la sobre involucración al distanciamiento emocional, desde la omnipotencia a la impotencia, desde la sobre activación a la paralización. Si bien este péndulo emocional es inevitable, requiere de un espacio de contención y de elaboración que permita cuidar a los equipos y optimizar su tarea”, afirmó el experto.
Se trata de necesidades y demandas de contención emocional de quienes hoy son el soporte de la población, y que se hacen aún más notorias en el acompañamiento de los procesos de duelo. “Todos y todas hemos dicho ‘podría haber sido yo’ o ‘es otro parecido a mí’… pero quienes están en la primera línea en salud, en educación, o en el ámbito social, repasan en soledad los dilemas y las decisiones de acciones tomadas. A veces con sentimientos de culpa, que no tienen asidero en un contexto sanitario de emergencia. Cuando ocurre la muerte, se hace presente la ausencia, y uno de los elementos más complejos de la actualidad es la imposibilidad de realizar el proceso de elaboración habitual que incluye el contacto y los ritos que lo encuadran”, señaló el profesor, relevando la importancia de despedirse adecuadamente, pese a las circunstancias que hoy nos toca vivir. “El ritual tiene la capacidad de sostener múltiples puntos de vista, de ofrecer apoyo y contención, de las emociones intensas, al mismo tiempo que facilita la coordinación entre individuos y miembros de la familia o de la comunidad que experimenta transiciones. La estructura de los ritos funerarios nos permite sostenernos por el afecto y reconocimiento familiar y comunitario, dando sentido a la pérdida y amortiguando el dolor de la misma”.
En momentos que requerimos certezas, de vínculos que nos constituyan, y de esperanza al lado de la pérdida de espacios cotidianos, familiares y comunitarios, el académico hizo un llamado especial a cuidar a quienes hoy están sosteniendo a la población. Tarea en cual la Universidad, con acervo de un saber basado en la investigación, la sistematización y el oficio profesional, tiene mucho que decir. “Desarrollando mayor investigación sobre el desgaste profesional en contextos críticos; mayor investigación sobre los procesos de duelo y el impacto en quienes los acompañan; con protocolos y dispositivos grupales e individuales para prevenir y abordar el desgaste profesional (en estos grupos); desarrollando dispositivos terapéuticos breves y remotos de bajo costo y amplia cobertura; fortaleciendo el rol cuidador de quienes son mediadores del apoyo en contención, en salud, y en las comunidades, dándole un lugar relevante a prácticas y rituales de reconocimiento; y fortaleciendo el rol de las universidades en su apoyo al entorno (siguiendo la línea del proyecto colaborar de nuestra Facultad en la población La Legua, los ciclos de charla organizados por nuestra Escuela el 2020, o la colaboración de académicos y académicas con el programa SaludableMente)”, explicó.
De acuerdo al académico, estos desafíos invitan a realizar un trabajo interdisciplinario para los cuales la Facultad cuenta con caudales de conocimiento. “Y requerimos confluir estos conocimientos y modelos de trabajo. Ponerlos directamente al servicio de la comunidad y de una política pública de los sectores más vulnerables, sin perder de vista nociones de igualdad, inclusión, diversidad y dignidad. Porque como dice el mismo Paolo Giordano, en tiempos de contagio la carencia de solidaridad es, ante todo, una falta de imaginación”.
Texto: Andrea Fuentes Uribe, Periodista Subdirección de Extensión y Comunicaciones EPUC
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