Hoy parece no hacer falta explicar qué es ser feminista. El feminismo se ha logrado despojar, al menos en parte, de la connotación negativa que le ha perseguido durante décadas. Hoy las calles se llenan de mujeres reclamando igualdad, y lo hacen de forma directa y explicita, sin miedo al levantar sus voces. El feminismo está presente en las universidades, en la prensa, entre las adolescentes y en los gobiernos – aunque en ese caso no sea siempre por elección propia. Hoy el «todos deberíamos ser feministas» de Chimamanda es algo más aceptado que antes; incluso entre aquellas personas cuyas identidades y valores se resisten a aceptar la igualdad, hay un mayor consenso sobre las injusticias sufridas por la mujer a lo largo de la historia.

Cuando el contexto social, el zeitgeist de una sociedad empuja en una dirección, es más costoso mantener y legitimar las propias creencias que van en contra de dicha cultura. Qué tarea tan compleja la de aquellas personas que tienen que conciliar sus creencias conservadoras y reduccionistas con los valores de cambio y de re-significación que han llegado para quedarse. Es ahí donde surgen conceptos como el feminismo liberal, más centrado en mercantilizar el cuerpo de la mujer y perpetuar las asimetrías de poder presentes en las sociedades, que en conseguir un cambio estructural. Conceptos como este, que intentan reconciliar lo irreconciliable, el empoderamiento femenino con el neoliberalismo y el abuso, dañan profundamente los avances feministas.

Aun así, hoy es más fácil que antes hablar de feminismo, hoy es algo más fácil que antes definirse a una misma como feminista, porque “todos deberíamos ser feministas”. Pero, ¿pueden todos serlo? ¿Todas las personas que se reconocen como feministas lo son realmente? Un estudio llevado a cabo con casi 3000 chilenos y chilenas (Figueiredo, Jiménez-Moya, Paredes, & González, 2017*), mostró que aquellas personas que apoyan en menor medida los roles tradicionales de género, son también más prosociales. Es decir, las personas feministas son también las que más ayudan a otros cuando lo necesitan, de manera desinteresada. Estas mismas personas, que están a favor de que los hombres se involucren en mayor medida en las tareas domésticas y en el cuidado de los hijos e hijas, también creen que todos los grupos sociales deberían tener los mismos derechos y oportunidades, y que las diferencias de ingreso existentes en Chile son demasiado grandes. Es decir, aquellas personas que reportan actitudes más igualitarias, son precisamente las que apoyan un cambio en los roles que tradicionalmente han sido asignados a las personas, tomando únicamente en cuenta su sexo biológico. La creencia de que el cambio social es posible es también un elemento que parece estar relacionado con la visión feminista, ya que aquellos chilenos y chilenas que consideran que los cambios sociales son viables y factibles, muestran en mayor medida la creencia de que una madre puede trabajar fuera del hogar sin que esto menoscabe la relación con sus hijos e hijas. Y no todo queda en meras opiniones y creencias, los y las ciudadanas chilenas que apoyan la redistribución de los roles tradicionales de género, también muestran unos niveles más altos de participación en acciones colectivas destinadas a apoyar a diversas causas sociales.

Lo que sabemos entonces es que las personas que apoyan la igualdad entre hombres y mujeres, las personas feministas, son ciudadanos y ciudadanas comprometidos con el fin de la desigualdad en todas sus dimensiones, personas conscientes de esta desigualdad generalizada, y personas que además participan activamente para promover un cambio social. Ser feminista no es una moda que puede seguirse sin más, o algo que los partidos conservadores de repente apoyan para no quedarse atrás. Ser feminista forma parte de un sistema de creencias y valores más global, que tiene como premisa vivir en una sociedad más justa e igualitaria. Ser feminista significa no quedarse al margen, sino alzar la voz contra la desigualdad a través de la participación ciudadana. Ser feminista y también no serlo, tiene que ver con la identidad más profunda de cada persona, con cómo cada una se define a sí misma y define a los demás. Por eso, no tenemos que discutir “la posición de las mujeres de ser abusadas” y víctimas de este sistema, lo único relevante es la posición y la identidad desde la cual se posicionan los que no aceptan perder privilegios para crear una sociedad más justa. Todos deberíamos ser feministas, pero aún queda descifrar si todos podemos – y realmente queremos – serlo.

Gloria Jiménez-Moya

Académica Escuela de Psicología UC, Investigadora Centro de Conflicto y Cohesión Social – COES

Fuente: www.elmostrador.cl