La actual crisis político-social en Chile ha dejado en evidencia no solamente un malestar generalizado, sino que sus múltiples e históricas causas. Frente a esto, se hace indispensable abordar un elemento que, a pesar de su obviedad y gravedad, ha sido desatendido en el quehacer político del país: el efecto que tiene la inequidad en la salud mental. Las crecientes inequidades de nuestro país, lejos de ser un subproducto benigno del capitalismo, constituyen una amenaza a los beneficios que conlleva el desarrollo económico.
Según el PNUD (2017), un elemento clave de la inequidad de Chile es la concentración del ingreso y de la riqueza en el 1% más rico de la población. En específico, el 33% del total de los ingresos generados por la economía chilena son captados por el 1% más rico de la población, mientras que el 0,1% más rico concentra el 19,5% del ingreso. Esto contrasta con los bajos sueldos que afectan a una gran cantidad de trabajadores chilenos. Como señala la Encuesta Suplementaria de Ingresos realizada por el INE (2019), el 50% de las personas ocupadas tuvo un ingreso menor o igual a $400.000 en el año 2018. A esto se suma un sistema de pensiones que no brinda ni asegura los medios necesarios para la vejez. En base a indicadores del PNUD (2017), aproximadamente la mitad de los jubilados recibe hoy una pensión inferior a la mínima, definida como un 70% del sueldo mínimo.
Es evidente: Chile es un país desigual y esta desigualdad tiene un efecto importante y masivo en la vida de todos los chilenos y chilenas. Como describe el PNUD (2017), la desigualdad socioeconómica en Chile afecta la educación, la política, y determina los modos de interacción y la forma en que serán tratadas las personas en base a su lugar en la estructura social. A su vez, la inequidad en Chile tiene repercusiones directas e indirectas sobre el bienestar físico, social y mental de los chilenos y las chilenas. El impacto de esta inequidad sobre la salud mental es muy relevante considerando el escenario nacional actual y la alta prevalencia de trastornos mentales en el país.
Previo a la crisis actual, Chile ya contaba con una muy alta prevalencia de trastornos de salud mental; donde una de cada tres personas mayores de 15 años había tenido alguna enfermedad mental durante su vida (Vicente, Saldivia y Pihán, 2016), y sólo un 20% recibía tratamiento (MINSAL, 2017). En Chile, más de 840.000 chilenos reportan haber sufrido trastornos depresivos, y más de un millón, trastornos de ansiedad (Organización Panamericana de la Salud, 2017). Igualmente, nuestro país está entre los países miembros de la OCDE con mayores índices de suicidio (OCDE, 2014), debido en parte al aumento de un 90% de suicidios entre 1990 y 2011, crecimiento que sólo es superado por Corea del Sur. A su vez, los estudiantes secundarios de Chile son los que presentan un mayor consumo de cocaína, marihuana y tabaco en América (OEA, 2019), a lo que se suma que Chile es el país que presenta el mayor consumo de alcohol en América (OMS, 2014).
La alta prevalencia de trastornos mentales no sólo tiene un impacto en la calidad de vida de las personas, sus familias y comunidades, sino que también tiene un alto costo económico para el país. Las enfermedades mentales generan gastos directos en atención psicológica y psiquiátrica, e indirectos al aumentar el uso de servicios generales de salud, ya que los trastornos mentales suelen acompañarse de otros problemas de salud. Por ejemplo, la depresión y esquizofrenia aumentan entre 40 y 60% la probabilidad de morir prematuramente por suicidio o problemas de salud física, tales como cáncer, enfermedades cardiovasculares, diabetes o infección por VIH (OMS, 2013). A su vez, las condiciones neurológicas y psiquiátricas son el grupo de enfermedades que más impacto tienen en la pérdida de años de vidad saludable (AVISA; MINSAL 2007) en Chile, ya sea porque la persona que la padece vive con discapacidad o porque muere de forma prematura. Un ejemplo de ello es que previo a la crisis actual las enfermedades mentales ya ocupaban el primer lugar entre las razones de licencias otorgadas y, tanto en el sistema público como el privado, representaban más del 20% del costo total de licencias médicas (MINSAL, 2017).
Lamentablemente, la crisis política y social actual está agravando nuestra ya frágil salud mental debido a la violencia, la incertidumbre, el desempleo, mayores dificultades de acceso a la salud, el aumento de la polarización que trae el conflicto a nivel familiar y social, y la experimentación (y re-experimentación) de situaciones traumáticas. Si bien es muy reciente para cuantificar el impacto de la crisis en la salud mental a nivel país, el Ministerio de Salud ya ha reportado un aumento en 22 % de las licencias médicas por salud mental, llegando a las 6.000 diarias (Daza & Zuñiga, 2019). También se ha reportado un incremento importante en el número de consultas por trastornos mentales; un aumento, prácticamente al doble, del uso de medicamentos tranquilizantes o antidepresivos, y un incremento alarmante de personas que señalan que desearían poner término a su vida (Mañalich, 2019).
La crisis en el ámbito de la salud mental de los chilenos y chilenas es un tema crítico y en el cual podríamos extendernos, sin embargo, el tema que quisiéramos aludir en esta columna es la relación entre la salud mental y la inequidad existente en nuestro país. ¿Será solamente coincidencia que en Chile tenemos simultáneamente malos índices de salud mental y malos índices de distribución del ingreso? o ¿Habrá una relación entre ambas? Para responder esta pregunta revisamos la investigación internacional, la cual resumimos brevemente a continuación.
Cuando se ha estudiado la inequidad y sus efectos económicos, se ha concluido que el bienestar de los países no depende solamente del ingreso nacional o del crecimiento económico, ya que la distribución del ingreso también juega un rol fundamental. La desigualdad económica conduce a un deterioro en las relaciones sociales, en el capital humano y en la salud de sus ciudadanos (Wilkinson, 2011). Es decir, en países con mayor brecha en los ingresos, tiende a haber peor salud y mayores problemas sociales, menores índices de confianza, de esperanza de vida y de movilidad social, además de una mayor tasa de mortalidad infantil y de enfermedades mentales. Cuando comparamos las sociedades con mayor equidad económica con aquellas con más inequidad (como Chile), podemos ver que controlando por el nivel de ingresos aquellas con mayor equidad tienen mejores índices de salud mental: países con mayor desigualdad económica tendrían hasta 5 veces más enfermedades mentales en comparación con países con menor brecha de ingresos (Wilkinson, 2011). Es decir que, si dos países tienen el mismo nivel de ingresos, aquel con mayor desigualdad tendrá una población con muchísimos más problemas de salud mental. Esto no quiere decir que los ingresos de los países no impacten la salud mental, ya que el no poder satisfacer necesidades básicas también puede producir problemas mentales.
Los resultados de las investigaciones revisadas nos da información para responder nuestra pregunta de forma afirmativa: Existe evidencia de que hay una relación entre el nivel de inequidad en los ingresos y la salud mental de la población. Es decir, la inequidad y la salud mental no son fenómenos independientes, y por lo tanto, las altas tasas de inequidad en Chile son en parte responsable del grave problema de salud mental que tenemos en nuestro país. Pero, ¿Cómo se puede explicar la relación entre inequidad y salud mental?
Existen diversas teorías que explicarían de qué manera la inequidad afecta los índices de salud mental de un país. Según un grupo de investigadores de la escuela de Salud Pública de Harvard y la Universidad de California (Berkman, Kawachi, & Glymour, 2014), en una sociedad desigual existen más personas con malas condiciones de vida y mal acceso a la salud, lo que hace que disminuyan los índices de salud física y mental del país. Además de este efecto absoluto del ingreso, también existe un efecto relativo del ingreso. Aunque las personas en general tengan cubiertas sus necesidades básicas, el hecho de no poder pagar por bienes y servicios a los que otros sí tienen acceso lleva a una sensación de injusticia y a la percepción de tener una posición social inferior. Esto genera estrés y frustración y el deseo de escalar socialmente con el fin de ser reconocido y pertenecer a aquel grupo que sí tiene acceso a los beneficios y reconocimiento social. Los medios de comunicación, especialmente el acceso a internet, permite a aquellos de bajos ingresos ver cómo viven aquellos con mayores ingresos. Los medios además favorecen y fomentan la ilusión de que el acceso a una mayor cantidad de bienes y servicios traerá consigo éxito, belleza y mayor bienestar. Las investigaciones muestran que el impacto de esto en la salud física y mental es inmensamente negativo. Incluso se ha demostrado que más de la mitad de las personas prefieren tener menor poder adquisitivo, pero una mayor posición social.
Las sociedades con mayor inequidad generan más ansiedad, vergüenza, depresión y otras emociones negativas. Además, en las sociedades con más inequidad hay menos movilidad social (donde los privilegios económicos son pasados de generación en generación), generando un círculo vicioso entre ambos. El intentar surgir, sin tener las posibilidades reales de hacerlo, resulta en frustración, genera violencia, lleva a delinquir para obtener lo que se desea, o al abuso de sustancias como forma de escapar de las emociones negativas. La erosión del capital social y debilitamiento de los lazos sociales, la cual es más frecuente cuando hay mayor desigualdad, genera desconfianza, falta de voluntad para ayudar a otros, baja participación electoral, tasas más altas de crímenes violentos y encarcelamiento.
La investigación nos muestra que la salud mental de las personas estaría en parte determinada por el entorno socioeconómico, en donde la desigualdad económica sería un gran factor de riesgo. Frente a esto, se torna urgente entender y abordar la salud mental de los chilenos y las chilenas no sólo como un fenómeno individual, sino como un entramado psicosocial y socioeconómico del país. Es necesario comenzar a comprender la salud mental de los chilenos y las chilenas desde una desigualdad que, lamentablemente, se ha convertido en un elemento constitutivo del país y, por lo tanto, del malestar actual de los ciudadanos. De esta manera, una redistribución del ingreso que permita una mayor equidad económica en Chile tendría un impacto positivo en los índices de salud de nuestra población y específicamente una mejora en la salud mental de todas las chilenas y chilenos, temática en deuda y en crisis actualmente en nuestro país.
Autoras:
Paula Errázuriz, Académica Escuela de Psicología UC e Investigadora MIDAP.
Stephanie Vaccarezza, Psicóloga y Asistente de Investigación MIDAP.
Candice Fischer, Académica Escuela de Psicología UC e Investigadora MIDAP.
Fuente: The Clinic.