Desde que Chile recuperó la democracia, se ha fortalecido el derecho a la libre expresión. Innumerables ejemplos ilustran como diversos grupos de nuestra sociedad, inspirados por ideas y posiciones frente a temas que suscitan alta controversia, se manifiestan para expresar sus convicciones. Sin embargo, este derecho no puede entrar en colisión con otros que son igualmente importantes, como es el de vivir en paz, en un entorno social donde todos los ciudadanos sean valorados, reconocidos y protegidos.

La semana pasada fuimos testigos de como un sector minoritario de la sociedad chilena, invitaba a ejercer el derecho de la libre expresión, convocando a protestar contra la inmigración. Este llamado invitaba a ejercer este derecho atentando contra grupos vulnerables, incitando al odio y, en algunos casos, al uso de la violencia al convocar a dicho acto portando armas.

No cabe duda que Chile ha experimentado cambios muy significativos desde que muchos extranjeros decidieron migrar a nuestro país. Al respecto, la psicología nos enseña que los cambios, por su naturaleza, suelen incrementar los sentimientos de amenaza en los seres humanos, en la medida que nos obligan a salir de nuestra zona de confort y lidiar con la incertidumbre, lo desconocido, lo distinto. Por esto, es esperable que muchos ciudadanos se sientan amenazados y experimenten temor y ansiedad con los cambios producidos por la migración, de la misma manera que nos ocurre cuando enfrentamos cambios en otras esferas de la vida. ¿Cómo podemos aminorar estos sentimientos que movilizan a quienes simpatizan con la idea de una protesta contra la inmigración?

Al respecto, la investigación nacional e internacional muestra resultados claros. Hay dos aspectos fundamentales para la reducción del prejuicio, la desconfianza y el temor hacia grupos distintos a los que pertenecemos. El primero de estos aspectos es tener experiencias de contacto entre grupos, establecer relaciones frecuentes y positivas, idealmente en torno a metas comunes—tal como revelan los datos—aumentan la confianza y reducen los sentimientos de amenaza. Lo segundo es la promoción de normas sociales claras que promuevan la convivencia entre los grupos y rechacen el prejuicio, el odio y la discriminación. Estas normas se deben expresar tanto en nuestro cuerpo legal como en las señales claras dadas por las autoridades, los medios de comunicación, nuestro entorno social inmediato, como los familiares, vecinos y amigos, vale decir, deben operar transversalmente en todos los ámbitos de la vida en sociedad.

Lamentablemente, la historia de la violencia en Chile descansa en parte sobre la base de discursos de odio hacia grupos políticos, étnicos, hacia personas con distintas orientaciones sexuales, entre otros. Hoy, frente al fenómeno migratorio que estamos viviendo, no podemos perder la oportunidad de prevenir la violencia actuando según nos sugiere la evidencia científica. Digámoslo fuerte y claro: ¡No al odio!

Roberto González y Héctor Carvacho

Escuela de Psicología - P. Universidad Católica de Chile

Investigadores COES y CIIR