Las palabras tienen un rol central en el vínculo entre las personas y entre las personas con la sociedad, lo que expresamos en ellas siempre tienen consecuencias. Los discursos respecto de cualquier objeto proponen una relación con el mismo, y los discursos sociales implican a lo social y nos proponen un modo de relación. Quienes están a cargo del Estado y del gobierno, están llamados a gobernar, gobernar para todas y todos, y no a incrementar el conflicto, más imprescindible aún en una sociedad desigual como la nuestra.
Declarar la guerra a las y los chilenos o a una parte de la población chilena, como ha hecho nuestro Presidente, no es sólo un error, o una equivocación, es un ausencia absoluta del temple que requiere una autoridad, que debiera estar preocupada de integrar, cohesionar y promover la paz, y no de instaurar una lógica de enemigos, que termina favoreciendo la violencia.
El psicólogo y sacerdote jesuita Ignacio Martín-Baró , asesinado en San Salvador en 1989, desarrolló el concepto de trauma psicosocial, señalando que cuando la violencia se introduce en las relaciones sociales producto de la guerra civil y/o las violaciones de derechos humanos cometidas por una dictadura, se tiende a reeditar fácilmente una lógica de enemigos, la polarización social y la mentira institucionalizada.
Las psicólogas chilenas Elizabeth Lira y María Isabel Castillo (1991) publicaron un libro denominado Psicología del miedo y la amenaza política, donde con investigación de grupos focales y la experiencia clínica del ILAS desde mediados hasta finales de la dictadura, nos hablaron de como en la sociedad chilena el miedo se cronifica cuando es promovido como amenaza política, y permea las relaciones sociales. Nos señalan que angustia y miedo se diferencian porque el miedo tiene un objeto concreto y la angustia no, y que la dictadura chilena desarrolló una política para aterrorizar a la población, constituyendo lo político como una amenaza difusa y omnipresente que hizo que el miedo perdiera su función protectora y se cronificara.
Hoy día, declarar la guerra es promover el miedo, las palabras y el discurso social no son banales. Así, se está re-editando la lógica de enemigos que favorece el miedo, con la imagen de que sólo el orden se impone por la violencia, y no por la convivencia pacífica, la credibilidad de la autoridad que infunde respeto y no miedo, y ello termina alterando la escasa estabilidad emocional de los y las chilenos en estos días de crisis.
Creo que tenemos que rechazar la violencia tanto la ejercida por la autoridad como por quienes no respetan a las personas ni a los bienes públicos y privados destruyéndolos, y no tolerando ni avalando las violaciones de DDHH de cualquier ciudadano.
Pienso que la autoridad debe actuar promoviendo la paz y no la guerra, y la comunidad debe estar atenta a no aceptar provocaciones ni validar el desborde de la violencia ni trasladar o construir al otro como un enemigo porque sea o piense diferente, o tenga un origen social o cultural distinto al propio.
Las y los ciudadanos debiéramos reflexionar de modo profundo y serio sobre la necesidad de cambiar un modelo de desarrollo desigual e injusto, que promueve la violencia al vulnerar los derechos ciudadanos, y generar un nuevo pacto social que cautele y albergue de modo equitativo los derechos y necesidades de los y las chilenas de modo equitativo y solidario.
Quienes somos académicos y profesionales que trabajamos con el sufrimiento humano, debemos superar los eufemismos y ambigüedades del lenguaje, decir las cosas por su nombre, construyendo una terceridad que rompa la disociación y la fragmentación social, haga presente la memoria y contribuya en desarrollar dispositivos que permitan contener y elaborar la violencia traumática de estos días, construir modalidades de diálogo, y promover una cultura de la paz y no del miedo.
Columna escrita por Germán Morales, académico EPUC.
Fuente: www.elmostrador.cl
Foto: Daniela Zarate